viernes, diciembre 09, 2005

Lullaby – Pictures of You



"Lullaby no canta, pero quisiera. Tampoco escribe letras o ama la poesía. De hecho odia la poesía como a las ranas, como el color blanco, como los bolsones de colegio, como los jeans. Tampoco lee o es intelectual o cree serlo o es una experta en música que nadie escucha realmente. Tiene veinticinco años, es solitaria por elección, odia y se burla, como lo hace consigo misma también de vez en cuando"

Lullaby está sentada en una escalera llena de colillas de cigarros y vasos plásticos que ruedan sin siquiera empujarlos. Viste unos pantalones negros debajo de una falda oscura y mantiene sus piernas cruzadas sin la más mínima intención de levantarse. Fuma el décimo de la noche, y apenas son las doce y media. Está sola mirando cómo chicos vestidos de negro bailan ridículamente con un ritmo casi mecánico e infantil. Hace un rato que llegó al Club Miel para un especial de The Cure. Apenas el espacio se ha llenado y la música se escucha pésima pese a los parlantes asesinos que tras su espalda, la vuelven más sorda de lo que es.

Lullaby siempre se ha deleitado diseccionando con los ojos lo que aparece enfrente. Desde chicas con vestidos vaporosos en versión tétrica, chicos extraños con sotanas negras escapados de otra época, chicas que se besan hasta devorarse las amígdalas, seudo meretrices que bailan alrededor de sus bolsos sobre el suelo, gente normal que siempre aparece, copias decadentes de Robert Smith, chicos raros que acompañan a sus chicas raras, peinados escarmenados y teñidos de negro azabache, bolsones de colegio y carteras de terciopelo. Más bailes robotizados e idiotas. Más música de los primeros discos del grupo que a Lullaby le fascinan.

Más tarde, dos piscolas en el estómago y un grupo tributo que aparece. De lejos, el vocalista parece igual. De cerca, sólo la voz. Tocan las canciones más conocidas. Todos parecen imaginar que el mismo Robert domina el escenario, pero bastan veinte minutos para que el sonido se sature y Lullaby se aleje de los parlantes hasta casi la salida del lugar. Son las tres de la mañana y Lullaby sale a Bilbao. El recorrido es simple: alguna micro que la deje en Alameda con Brasil, luego un taxi que cueste menos de mil pesos, luego la puerta del edificio en Almirante Barroso.

Lullaby se recuesta sobre el sofá que se transforma en cama por la noche. Es de color crema y venía con el departamento. Hace un par de meses que llegó ahí y ni siquiera sabe cómo va a pagar el mes que viene. El único mueble del departamento es ese sofá. No hay cama, mesa, sillas, ni cojines en el suelo, ni cortinas de cuentas ni cortina de baño. No es que no le importe, pero desde que llegó no ha hecho nada para cambiar ese hecho. No recibe gente. No tiene novio. Entonces sólo le queda recostarse en ese sofá hasta transformarlo en cama cuando le dé sueño.

Es garzona en un bar, pero no desea ser actriz ni escritora ni menos poeta. Tiene 25 años, pero aparenta menos o más según quien la mire. Lullaby se viste de negro, usa botas casi todo el año y sombra oscura en los ojos y en su vida. El bar en que trabaja es por el look. El del bar y el de ella. Algo que parece cuadrar entre su cara y el tipo de gente que va. Odia pedidos de mesas con más de cuatro personas. No por el número sino por la bandeja llena que la hace transpirar. Nunca se le ha caído, pero siempre puede pasar. Lleva casi un mes ahí, pero no sabe cuánto más durará. Después de todo, cualquier trabajo es aburrido por mucho tiempo.

Lullaby adora fumar, aunque se muera después o tenga que hablar por un agujero en la tráquea. La puerta de su departamento tiene tres chapas. Su baño tiene un par de toallas de color crema y un pequeño espejo. Su pelo tiene nudos que ni ella misma puede desenredar sin que se formen de inmediato otra vez. No tiene un balcón ni un gran ventanal que dé a una calle interesante. De hecho, donde vive es feísimo; incluso con una iglesia a punto de caerse enfrente, pero al menos es tranquilo y barato. Entonces a Lullaby sólo le queda recostarse en el sofá hasta transformarlo en cama cuando no quiera mirar más la ventana sin cortinas o sus muñecas sin ojos. O sólo intentar dormir hasta que cualquier ruido la despierte.