Lullaby Kills the Poet
Lullaby ha tenido amores incompletos por montones. Desde los 18 hasta los 22 años y hasta sus actuales 25. Podrían ser diez o siete o sólo cuatro; ya no recuerda muy bien. Estudiantes, su médico, un profesor universitario que no le hacía clases, un ingeniero comercial en ciernes, un músico, un barman, un escritor clase B y un poeta sin clasificación alguna.
Perdida entre calles, de vuelta de alguna parte que no recuerda y muy tarde, conoció a su último amor incompleto: el Poeta. Y lo vio esa misma noche hasta sin ropa, hasta cansados después de acostarse y no dormir. La diferencia eran ocho años exactos, y las similitudes a montones en un comienzo. Meses, horas, risas, genialidades, sábanas enredadas e idioteces llenas de humor negro y colillas de cigarros.
Lullaby recuerda que, aún cuando lloviese, siempre caminaba esas cuatro cuadras inútiles antes de llegar a la casa de él y así prolongar la distancia que la separaba del encuentro inevitable. Cuando al fin Lullaby lo veía, se sentía tranquilizada, y de inmediato su cara se descomponía en esa sonrisa estúpida, desarmada e impersonal que era su mejor escudo. Entonces, y sólo por un instante, por la cabeza de Lullaby cruzaba la idea de quedarse con el Poeta para siempre. Error, gran error.
Al principio todo estaba bien, casi perfecto, pero algo cambió. Cada vez que Lullaby salía de la casa de él, levantaba la vista: nubes grises por todas partes, ni un punto claro. Invierno, verano, daba lo mismo. Entonces Lullaby regresaba a su casa arrastrando los pies como una vieja, como cansada de algo, como no feliz, como sin risas ya.
Y comenzó la simulación. Y pretender que todo estaba bien, que esos encuentros furtivos la llenaban, que ese poco compromiso era lo más cómodo después de todo, que nadie salía perdiendo, que ninguna herida sin sangre se asomaría jamás, y que los versos que Lullaby seguía odiando y que el Poeta seguía escribiendo, ya no se inspiraban sólo en ella. Entonces el límite de repente apareció; un límite explosivo, sin adornos de colores y sin guirnaldas brillando de forma estúpida. Un límite que hizo a Lullaby desertar cuando, después de todo y después de mucho, seguía aún siendo una maldita-chica-extraña-solitaria-y-sola.
Lo mejor de todo, en cambio, fue matar al Poeta. Sin pensarlo mucho y de un día para otro, Lullaby lo enterró sin ataúd. Muertes que son olvidos, que parecen fantasmas, que no vuelven más. Cortes fríos, no más llamados, no más visitas, no más encuentros, no más desnudos, no más simular, no más querer. Escritor, músico, seudo poeta, profesor que no le hacía clases, barman o ingeniero en ciernes; ahora le daba lo mismo. Ahora Lullaby los ahuyentaba a todos como si en ello se le fuese la vida.
Claro que Lullaby tiene ciertas exquisitas recaídas
Claro que Lullaby pocas veces habla en serio