viernes, marzo 10, 2006

Lullaby static


A Lullaby siempre le ha gustado entrar fuertemente con su mano izquierda en el bolsillo del pantalón y empujar sus dedos hasta el fondo, a un milímetro de romper la tela. Quizás no sea parte de su enojo, su rabia contenida o las ansiedades por hacer algo muy diferente a lo que está haciendo. Quizás sólo sea un juego; algo así como pretender poner el pie en cada baldosa sin tocar los bordes, lavarse los dientes con la luz apagada, disfrutar cada vez que escucha abrirse una billetera con velcro, o probar cuánto desorden puede alcanzar su pequeño departamento en un mes.

Caminar. Como apurada, como corriendo. Pararse de vez en cuando no sin antes maldecir los semáforos rojos y la gente que se le adelanta. Creer que nadie la conoce; asegurarse que nadie realmente la conoce. Moverse como un fantasma, arremangar un poco sus pantalones, poner su trasero en cualquier asiento y esperar. Nunca hay nada. Menos hay alguien.

Recostarse. O levantarse apenas la cabeza presiona la almohada sólo cinco segundos y sentir como empieza el mareo. Apagar las luces, descorrer las cortinas y creer que alguna vez efectivamente tendrá cortinas. Ser groseramente voyeurista. Mantener la mirada fija apenas presiente que alguien está haciendo lo mismo que ella desde otra ventana. Reírse sin abrir la boca y no mover ni un músculo por horas. Bajar. Las escaleras o lo que sea.

A veces Lullaby no tiene la más minúscula ganas de seguir. Con las rutinas o probando cambios. Pero el hecho es que sigue, con algo más que enumeraciones, pistolas inventadas y más personajes odiosos de ella misma para inventar. Por lo pronto, Lullaby vuelve a deslizar sus dedos izquierdos por el bolsillo, presiona hasta casi romper la tela, agarra un puñado de nada y comienza a reírse con ruido del ridículo gato callejero que ha decidido adoptar.